Hacía mucho tiempo que no iba al cine. Ayer puede ir, y vi
la película “El amigo de mi hermana”.
Es la típica película de amor con transfondo, tipo “Love Actually”. Esas
películas me encantan, no lo puedo evitar, la revolución de los sentimientos me
gusta, los momentos duros por amor me gustan, tener el cuerpo revolucionado
lleno de sentimientos me gusta.
El amor oculto, la atracción latente, el silencio, la
complicidad, las miradas a escondidas… todo eso es una pasada. Viéndola
pensaba: “que bonito, como me gustaría vivir algo así”. Y el caso es que he
vivido cosas de ese tipo. Todos, ¿no?, todos hemos vivido eso. Todos hemos
sufrido, pero con el corazón latiendo a mil por hora.
Y al final (sí, lo voy a destripar, así que si pensáis verla
no sigáis leyendo), él termina con ella, claro, era lo que tocaba. En ese
momento sentí que me desinflaba. Pensé: “ya esta, ya se ha terminado todo”. Y
no debería pensar así, lo lógico hubiera sido pensar que en ese momento
EMPEZABA todo, pero no, para mi terminó. Y es que eso no sólo lo sé yo, lo
saben los guionistas, a partir de ahí la historia no interesa, es lo de
siempre, lo que interesa es lo de antes. Las historias de amor suceden antes de
que ocurra una de estas dos cosas, terminas en pareja con el, o no terminas con
el. Y si sucede esto último siempre quedará un buen recuerdo de esa historia de
amor. Por que nunca ha llegado a ser pública, por que realmente es sólo tuya,
te la montas tú, como tú quieres, no hay nadie por medio. Cuando en el amor hay
que interactuar con otro, empiezan los problemas.