Ya todo terminó, ya está, todo se acabó, y sin embargo me
siento vacía, sin rumbo.
Ha venido todo tan rápido…
Ahora no sé que hacer, ya me bajé de la montaña rusa de
sentimientos, ya tengo mis pies tocando suelo y no sé hacia donde caminar.
Tanta fuerza, tanta valentía… ya se me han terminado.
Ya no sé si estás, ya no sé si controlo, si no me voy a
liar; ya no sé si lo quiero, ya no sé.
Volver a recolocarlo todo, a ponerlo todo en su lugar, a sonreír,
a vivir, día tras día, a sentir, o no sentir. A llorar en silencio nuevamente.
Volver a luchar, tocar suelo, y esperar la cola para volver a subirme a la
montaña rusa.
Ya voy por la calle con la mirada alta, fijando miradas,
esbozando sonrisas, y de que me sirve.
Todo esto duele. Duele físicamente y duele mentalmente, no
puedo más. Alejarme es difícil, confiar imposible, derrumbarme fácil.
No puedo abrir un corazón que no controlo, no sé que
sentimientos escribir, por que no sé que sentimientos hay, por que lamento no
haberte besado, y sin embargo no lo hice por que no quise.
Y todo ha coincidido, tan mal, ha coincidido tan mal… ha
tenido que pasar tan rápido, he metido mis pensamientos en tantas cosas
atropelladas, que ahora me siento culpable. Insegura.
Prefiero el dolor físico, ese lo aguanto, pero cuando el
corazón se enreda, cuando la cabeza trabaja incansablemente, y los ojos se
llenan de lágrimas a destiempo, entonces no sé que hacer.
Los amores hay que pasarlos a tiempo, en calma y apasionadamente.
Los duelos hay que pasarlos aislada, con la cabeza centrada y llorando. Yo, lo
he hecho todo mal. Por eso ahora necesito sus manos, sus abrazos, sus besos y
su calor, más que nada en el mundo.
Ahora necesito acostarme a su lado, y oírle respirar hasta
que duerma. Y me quieren, sobre todas las cosas. De una forma incomprensible,
pero me quieren, y eso, es lo único que me hace sonreír al llorar.